Un nuevo curso comienza.
Abres los ojos por la mañana con el sonido de la alarma,
coges el móvil para que quede mudo y ya habrás mirado tu primera pantalla del día.
Mientras te duchas y preparas el desayuno suena el programa de radio matutino.
Sales a la calle y si usas el autobús, el coche, la bici o el metro varias
pantallas tratan de llamar tu atención sobre la nueva temporada de una marca de
ropa, o sobre una oferta irresistible, o hacia alguna noticia para hacer más
amable tu camino. Muy probablemente te pasarás las próximas horas arrastrando
los ojos por una pantalla hasta la hora de comer, en la que te informarás de la
actualidad a través de un telediario.
Pues bien, nuestro código fuente surge como necesidad de explorar y
compartir influencias audiovisuales de nuestras vivencias tanto en lo cotidiano como en la red.
Construir un código fuente, dentro del contexto
sociocultural del que formamos parte, es una opción tan estética como ética,
importante no sólo de cara a compartir las formas que tenemos por dentro, sino
también como forma de carta de presentación, porque a veces, si no paramos a pensarlo, no
sabemos qué relatos nos componen. Todos tenemos muchos códigos fuentes, receta
que nos permite proyectarnos e identificarnos con los relatos de otras personas
o agentes. Y por eso compartir nuestro código fuente no es más que reconocer
que construimos nuestra identidad intercambiando información e ideas.
Hacer arqueología por la memoria no es fácil ya que vivimos
rodeados de imágenes, y eso hace que muchas veces sea difícil encontrar las que
verdaderamente nos han resultado más importantes.
Pues aquí está mi carta de presentación, Mi Código Fuente Audiovisual
Mi presentación:
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